María Auxiliadora Rodríguez Hace casi 6 años me pronunciaba activamente ante el encarcelamiento de la psicoanalista siria Rafah Nached. No sabía quién era, pero el llamado que hizo J.A. Miller resonó en mí y me atreví a escribir algunas líneas, además de participar con mucho ahínco en todo lo que se desarrolló por las redes sociales. Vale decir que la Siria de ese momento no era la actual, pero ya algo se vislumbraba de este campo de horror, angustia y muerte que hoy se vive. Era un texto breve donde me preguntaba por la práctica psicoanalítica bajo gobiernos autoritarios. Aquí un fragmento:
“El psicoanálisis no busca hacer mera denuncia del Amo, pero sí el espacio para cuestionarlo, no desde la indignación y la queja sino desde aquellos lugares en donde se admite un sujeto, donde hay espacio para uno por uno, donde podemos dialogar con aquello con lo que no comulgamos pero que admite ser discutido. En su esfuerzo de 26 años de compromiso con el psicoanálisis en Siria, Rafah Nached finalmente fue encarcelada, no sabemos qué sucederá con ella que apostó a este otro discurso, pero lo que sí sabemos es que es una advertencia para aquellos que estamos inmersos en una sociedad globalizada que no apuesta al futuro de la existencia del sujeto.” Recuerdo claramente que un colega me dijo que había sido valiente al publicar dicho texto, que en la Venezuela de ese momento (2011) podía convertirme en objeto de sospecha, más aún trabajando en una institución del Estado, sonreí tímidamente y respondí “algo hay que decir más allá del miedo”. Los años pasaron y Siria se convirtió en una gran pesadilla y en mi país lo siniestro se ha apoderado de nuestras vidas. Podría dilatarme con ejemplos como “se sabe que uno sale de casa, pero no si se llega”, “se está haciendo de noche, tenemos que irnos” o “avísame cuando llegues”. Pero realmente quiero hablar de mi lugar en la ciudad. Tengo muchos años trabajando en instituciones públicas, hospitales, centros de atención, espacios donde acuden las personas de menos recursos, me desplazo en autobuses, en metro, camino… y oigo, oigo mucho. Quejas, tristeza, sacrificios, interrogantes. Veo miradas vacías, rostros de hambre, cuerpos desgastados. Prevalece “ya veremos, hay que resolver para hoy”. Intento sostener mi práctica y ellos hacen un esfuerzo más para pensarse y pensar en sus hijos más allá del horror, logran hacerse de un síntoma, hablar más allá de la queja. Me pregunto hasta cuándo, y me refiero hasta cuándo estos síntomas de los que se vale el discurso analítico para que surja algo del ser hablante, cuánto tiempo tardarán en ser tapados por eso que viene de lo real, hambre, desnutrición, enfermedades que se habían erradicado (tuberculosis, lepra, viruela, malaria). Porque con lo real de la violencia he aprendido a hacer - asesinatos, violaciones, pérdidas irreparables, secuestros -, sí que encuentran un lugar en la escucha. Pero qué hacer con alguien que no logra articular un pensamiento porque lleva días sin comer. Continúo oyendo: “esto no puede seguir así, aquí tiene que pasar algo”. Mis pacientes en el hospital no pertenecen a partidos políticos, no hablan de polarización, no son élites ni “enchufados”, son sujetos del sufrimiento. Y vuelve a mi mente la advertencia de mi colega que ya no me suena tan exagerada aunque si alarmista… me cuido más de lo que digo en mi sitio de trabajo, es un ambiente de sospecha y desconfianza entre los que laboramos en el centro, resuenan los suspiros… Mi silencio no es silencio cómplice, es el silencio que permite el ejercicio de subversión del acto analítico en espacios cada vez más restringidos. Ahora no hablaré de mi práctica privada, de la demanda de aquellos que pueden pagar, sólo diré que muchos acuden entre el horror y las partidas. Y finalmente algo sucedió, una transgresión que sobrepasó a las transgresiones a las que nos habíamos habituado, rompimiento del orden constitucional, violación de la ley de forma descarada, actuación que no puede ser reparada. Nuevamente oigo: “ahora sí metieron la pata” “¡Qué descaro!” Y luego la posibilidad del acto, la gente sigue en la calle, a pesar de las bombas lacrimógenas, represiones, torturas, muertes y abusos de toda índole. Algo está pasando. Nos planteamos a lo interno de la Sede solicitar el apoyo de las instancias de la AMP. De la demanda surgió un síntoma, síntoma que también hace eco de la situación global, de los absolutos, del Amo. Y así como ante la crisis los consultorios permiten a cada uno, uno por uno, en lo privado y en lo público, hacer de la demanda un síntoma que permita el surgimiento de un sujeto más allá del horror, dando paso al acto analítico; de esta misma forma nos ha respondido la AMP al hacer de esto una pregunta, un debate que rompa con lo imaginario que plaga la situación y que tantas veces hace tambalear al discurso analítico. La section commentaire est fermée.
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