Gerardo Réquiz Si el juego democrático se mantuviera en Venezuela habría una salida inmediata ante la crisis sin precedentes que vive el país. Mediante elecciones libres, directas y secretas se podría sustituir al actual gobierno. Solución segura si efectivamente vamos a elecciones puesto que más del setenta por ciento de la población desaprueba la gestión de Maduro.
Pero significaría la salida del chavismo del poder. Ellos lo saben. Por esa razón, ni por asomo, el régimen permitiría un conteo en las urnas. En su lugar preparan una Constituyente ilegal e ilegítima. Con esa maniobra Maduro intenta transformar el orden democrático en un Estado de facto sin garantías constitucionales. Con ella vendrían unas pseudoelecciones en las cuales sólo votarían algunas minorías no representativas cuyo resultado sería la instalación de un Estado Comunal, con diversas consecuencias que se traducirían en la eliminación total de las libertades democráticas junto con la transformación del ordenamiento jurídico y político de la nación. En fin, la muerte de lo poco que queda de República, pero que les garantizaría la permanencia en el poder. ¿Acaso se aferran a él porque temen perder la revolución bolivariana? Eso es lo que intentan transmitir a la población. Pero no, el saqueo de la nación, el desabastecimiento generalizado de comida y medicamentos, la inseguridad, la represión y muerte de manifestantes de la oposición han llegado a tal extremo que el mayor miedo de los altos funcionarios del gobierno no es a la pérdida de su revolución, que nunca lo fue, sino a la justicia internacional. Existe documentación que comprueba la participación de cada uno de los que se han enriquecido a expensas de las arcas del Estado, de sus conexiones y negocios con el narcotráfico, del blanqueo de dinero, y con expedientes abiertos de delitos de lesa humanidad. Tienen, por consiguiente, que afianzarse en el poder o buscar un arreglo donde negocien impunidad. La impunidad es el tema precioso de esta negociación. Saben que salir del gobierno los expone a la cárcel dentro o fuera de Venezuela. Por eso esconden el verdadero motivo de su apego al poder bajo el eslogan “Nunca volverán”, haciendo ver que no hay patria sin la revolución y que sacrificarla en las urnas electorales pondría a la odiada oligarquía de la llamada Cuarta República al mando del país. Este no es un gobierno de izquierda ni de derecha, es un populismo anarquizado. A Venezuela la gobierna un “ordinariato”, sin mentes preclaras que no dan pie con bola en la gerencia del país. Aquí prácticamente nada funciona. Venezuela está a la deriva, como dice el sociólogo Tulio Hernández. Entonces, la exaltación que hace la propaganda del Estado de un gobierno de izquierda con un presidente obrero a la cabeza, no deja de ser una fachada idealizada para que los seguidores del régimen cristalicen una identidad que los agrupa bajo la lógica de la fraternidad con todas sus secuelas de segregación y privilegios de casta. El chavismo no es un bloque homogéneo. Aunque tratan de esconderlo tiene fisuras. Internamente pasan cosas de las que algo se sabe, y que emergen como la punta de un iceberg. La resistencia activa, con la población en rebeldía protestando en las calles, apuesta a profundizar esas fisuras y alentar las disidencias de modo que sectores descontentos del chavismo impidan la Constituyente. Porque hay que ser realista, en el escenario de una Constituyente la oposición no podrá sacar a Maduro. Pero un peligro mayor acecha. Del círculo del madurismo, o de algún ala de extrema derecha de los militares, puede surgir un oscuro caudillo, del mismo cuño que Videla o Pinochet, que se alce con el poder y encarne el mito del “gendarme necesario” para ordenar el “bochinche” venezolano y subsumir el país en una tiranía del terror. Un ruido de fondo hace temer esta salida. La section commentaire est fermée.
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